sábado, 20 de diciembre de 2014

EL TITANIC ESPAÑOL



El naufragio olvidado del Príncipe de Asturias



En 1916, el vapor Príncipe de Asturias naufragó frente a las costas de Brasil, causando la muerte a más de 450 personas



 

El hundimiento del Titanic ha pasado a los anales de la historia como una de las mayores tragedias de la historia naval. Sin embargo, existen otros muchos naufragios que han costado la vida a un gran número de personas y que, con el paso de los años, han caído en el mayor de los olvidos.
Uno de ellos es el del vapor Príncipe de Asturias, un trasatlántico de lujo que se hundió frente a las costas brasileñas en 1916
Este navío, construido en los astilleros Rusell & Co de Glasgow en 1914, era junto a su gemelo, el Infanta Isabel, el mayor barco mercante español de su momento. Ambas naves fueron encargadas por la naviera gaditana Pinillos para cubrir la ruta entre Barcelona y Buenos Aires.
El 17 de febrero de 1916, menos de dos años después de su viaje inaugural, el Príncipe de Asturias zarpó del puerto de la Ciudad Condal, con 201 pasajeros y 193 tripulantes y unas 5.000 toneladas de carga, entre las que destacaban veinte estatuas de bronce que servirían para construir un monumento conmemorativo del centenario de la República Argentina, 40.000 libras esterlinas en oro o un coche Renault 35 HP.
Además, en sus bodegas podían viajar varios centenares de inmigrantes que huían de una Europa arrasada por la Primera Guerra Mundial.
Tras hacer escala en los puertos de Valencia, Cádiz y Las Palmas de Gran Canaria, el 4 de marzo, el buque se aproximaba a las costas brasileñas en medio de una gran tormenta que le impidió entrar en el puerto de Santos, tal y como estaba previsto. Las condiciones adversas, además, provocaron que el navío se desviara de su ruta y se aproximara demasiado a la costa.
En la madrugada del 5 de marzo, con una mar muy picada y fuertes vientos del sudoeste, el Príncipe de Asturias colisionó con los arrecifes de Punta Pirabura. El impacto abrió una brecha en el casco a la altura de la sala de máquinas. El agua entró directamente en las calderas, provocando su explosión inmediata.
El agua se calentó rápidamente e inundó el resto de la nave. Muchos de los pasajeros fallecieron abrasados por el agua hirviente de las calderas. La inundación provocó también un fallo generalizado del sistema eléctrico que hizo imposible que el radiotelegrafista enviara un mensaje de socorro.
El barco comenzó a escorarse hacia la izquierda, lo que impidió descolgar los botes salvavidas y, en tan solo cinco minutos se hundió. Los pasajeros intentaron salvarse lanzándose al agua y tratando de alcanzar a nado las cercanas costas, pero muchos murieron ahogados o estrellados contra las rocas. De las 600 personas que, oficialmente, iban a bordo, solo lograron sobrevivir 59 pasajeros y 87 tripulantes, tal y como recogen las crónicas de la época.
Sin embargo, a pesar de haber sucedido apenas cuatro años después del hundimiento del Titanic y afectar a un trasatlántico de lujo, la catástrofe del Príncipe de Asturias, al igual que ocurriría con la del Valbanera, naufragado dos años más tarde en aguas cubanas, es hoy una historia prácticamente desconocida.
Marina Vidal una de las sobrevivientes cuenta que: Se encontraba en el cuarto de baño cuando sintió el estruendo del barco al encallar en las proximidades de la isla de San Sebastián. Cayó al suelo y empezó a oír gritos de terror que llegaban de todas partes. La mayoría de los pasajeros que dormían en los camarotes de primera, situados en la proa, no tuvieron tiempo de reaccionar y fueron los primeros en hundirse en el océano. Segunda económica quedó prácticamente destruida por la explosión de las calderas que siguió al choque del buque. Los más afortunados fueron algunos pasajeros de segunda clase que se encontraban en popa, la zona del trasatlántico que tardó más en hundirse.



Marina Vidal se rehizo del golpe e intentó dirigirse hacia su camarote para rescatar las joyas que llevaba. Sin embargo la gente que huía en sentido contrario la arrastró hasta la cubierta, donde las olas la arrojaron desnuda al mar. Se vivían momentos de pánico entre los pasajeros, que veían cómo el enorme navío era tragado rápidamente por las aguas. Marina ayudó a un fraile franciscano a nadar hasta un bote salvavidas que la fuerza del mar había arrancado de los pescantes. Una vez en la pequeña embarcación, la joven gallega y quienes la acompañaban fueron rescatando a otros náufragos, con los que horas más tarde consiguieron llegar hasta la costa.
Tras la tragedia, los periódicos brasileños dijeron que Marina, una de las seis únicas mujeres supervivientes, se había portado como una heroína. Sin embargo ella se lamentaba por no haber podido salvar a más personas. “A mi lado -contó más tarde al diario A Noite, de Santos- vi muchas mujeres que se hundían, ya sin fuerzas, sosteniendo a sus pequeños en brazos. Cuando desaparecían, desfallecidas, exhaustas, devoradas por el mar, realizaban el último y desesperado esfuerzo de levantar
Otro de los supervivientes, el practicante Manuel Salagaray, relató otra escena dramática: “Con nosotros había un italiano que viajaba en el vapor con su esposa y ocho hijos. Este infeliz, en medio de la inmensa confusión de la catástrofe cogió a su niño pequeño en brazos, y le estuvo defendiendo de las olas durante cuatro horas. Al fin, cuando fue recogido por nosotros en el bote, cuál no sería su estupor y su desesperación al ver, una vez a bordo, que el niño salvado no era ninguno de sus hijos”
a sus hijos con los brazos fuera del agua tratando de que alguien en un último instante consiguiera salvarles. De esa manera vi cómo se escapaban delante de mí, durante siete horas en el mar, centenares de vidas por las que no pude hacer absolutamente nada”.
Tras la catástrofe, Marina Vidal regresó a Galicia y se estableció en una casa de la parroquia redondelana de Chapela, donde se casó años más tarde y se dedicó al cultivo de flores y cerezas en un pequeño jardín. Había nacido en Marín y era la menor de una familia de seis hermanos que con el paso del tiempo fueron emigrando para probar fortuna a diversos países de Hispanoamérica. Una sobrina suya que vive en Brasil, Laura García Lordello, contó a Francisco García Novell que la visitó en su casa de Chapela en 1972 que no había conseguido ahuyentar el fantasma de la tragedia y conservaba una medalla que le había regalado el fraile franciscano al que había salvado la vida en el naufragio.
A bordo del Príncipe de Asturias viajaban varias personas ilustres, como el escritor Juan Más i Pi, el empresario Luis Descotte Jourdan, el industrial Francisco Chiquirrín, el diplomático Carl Friederick Deichman y el eminente jurista argentino Pedro Nolasco Arias. También cabe señalar al niño Juanito, hijo de la por entonces célebre tiple María Santa Cruz.
Según algunas informaciones el Príncipe de Asturias transportaba 40 000 libras esterlinas en oro, 3364 sacas de correo y un automóvil Renault 35 HP.
El cargamento más sobresaliente que transportaba el vapor era una obra artística notable: el Monumento a la República también llamado Monumento de los españoles.