Aproximadamente el 78% de su superficie está cubierto por el
mar, donde existe gran variedad de formas de vida, así como recursos minerales.
Durante miles de años la gente se ha servido del mar para pescar, para
transportar mercancías y personas y, sobre todo, para arrojar en él los
desechos y basuras. Los mares son grandes masas de agua que, en el pasado, eran
capaces de diluir y absorber la pequeña cantidad de desechos. Pero ahora con el
incremento de la población mundial, van a parar al mar enormes cantidades de
agua residuales y sustancias naturales contaminantes.
Debido a la inmensidad y profundidad de los océanos, hasta
hace poco el hombre creía que podría utilizarlos para verter basura y
sustancias químicas en cantidades ilimitadas sin que esto tuviera consecuencias
importantes. Los partidarios de continuar con los vertidos en los océanos
incluso tenían un eslogan: «La solución a la contaminación es la dilución.»
El vertedero
final para una gran parte de nuestros desechos es el océano. A él van a parar
gran parte de los vertidos urbanos e industriales. No sólo recibe las aguas
residuales, sino que, en muchas ocasiones, se usa para arrojar las basuras o,
incluso, los residuos radiactivos.
El 80% de las
substancias que contaminan el mar tienen su origen en tierra. De las fuentes
terrestres la contaminación difusa es la más importante. Incluye pequeños focos
como tanques sépticos, coches, camiones, etc. y otros mayores como granjas,
tierras de cultivo, bosques, etc. Los accidentes marítimos son responsables de
alrededor de un 5% de los hidrocarburos vertidos en el mar.
Muchos de los contaminantes que encontramos en los océanos son liberados en el medio ambiente mucho antes de llegar a las costas. Los fertilizantes ricos en nitrógeno que utilizan los productores agrícolas en zonas de interior, por ejemplo, acaban en las corrientes, ríos y aguas subterráneas locales, y más tarde se depositan en los estuarios, bahías y deltas. Este exceso de nutrientes puede provocar un crecimiento masivo de algas que consumen el oxígeno del agua, generando zonas en las que no puede haber vida marina o apenas existe. Los científicos han descubierto 400 zonas muertas con estas características por todo el planeta.
Los residuos sólidos como bolsas, espuma y otros desechos vertidos en los océanos desde tierra o desde barcos en el mar acaban siendo con frecuencia alimento de mamíferos marinos, peces y aves que los confunden con comida, con consecuencias a menudo desastrosas. Las redes de pesca abandonadas permanecen a la deriva durante años, y muchos peces y mamíferos acaban enredados en ellas. En algunas regiones, las corrientes oceánicas arrastran billones de objetos de plástico en descomposición y otros residuos hasta formar remolinos gigantescos de basura. Uno de ellos, situado en el Pacífico septentrional y conocido como el Gran Parche de Basura del Pacífico, tiene una extensión que según las estimaciones llevadas a cabo duplica la del estado de Texas. A principios de 2010, se descubrió otra gigantesca isla de basura en el océano Atlántico.
La abundancia
de plástico en los océanos es una de las principales fuentes de contaminación.
Son tremendas cantidades de este material tan omnipresente en nuestras vidas
que, sin embargo, no sabemos reciclar convenientemente para evitar este grave
problema ambiental.
Además de la
polución plástica, su descomposición en trozos más pequeños supone un peligro
para la fauna, pues facilita su ingestión al confundirlo con alimento,
produciéndose una intoxicación que acaba afectando al ecosistema marino en
general y que puede afectarnos fácilmente mediante la introducción de productos
pesqueros contaminados en la cadena alimentaria.
Son muy
conocidos el parche de basura del Pacífico Norte, que se extiende cientos de
kilómetros entre Japón, Alaska y Estados Unidos, o al norte del Mar del Caribe,
con una densidad de dos mil piezas por kilómetro cuadrado.
Pero el
plástico no es el único problema ambiental que ocasionamos al mar, ni mucho
menos. Sin ir más lejos, la emisión de CO2, el principal gas de efecto
invernadero, es absorbido por las aguas, que actúan como gigantescos sumideros
de carbono.
¿La
consecuencia? La acidificación de las aguas, lo que supone un impacto ambiental
muy agresivo para las especies y los distintos hábitats en general,
especialmente para los crustáceos, corales y toda la biodiversidad que atesoran
sus ecosistemas.
No podíamos finalizar este post sin mencionar las terribles fugas de petróleo o combustible procedente de plataformas petrolíferas o de las mismas embarcaciones, así como los casos de contaminación radioactiva a consecuencia de accidentes nucleares. El desastre del Golfo de México o la avería en Fukushima son dos ejemplos que demuestran hasta qué punto puede provocarse una catástrofe ambiental de increíbles dimensiones.