miércoles, 28 de enero de 2015

Fernando de Noronha uno de los grandes destinos de buceo en el mundo.



     El archipiélago de Fernando de Noronha está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y posee un delicado ecosistema. El paso a los visitantes está restringido pero los más afortunados tendrán la oportunidad de disfrutar de playas vírgenes y reconfortantes aguas tibias en las que nadan delfines y tortugas marinas, haciendo de Noronha uno de los principales destinos de submarinismo del mundo. En tierra, recorre los senderos ecológicos de Jardim Elizabeth, Costa Esmeralda o Praia do Sancho, que culmina en la ascensión de una empinada escalinata excavada en la grieta de un acantilado.
Noronha es una archipiélago volcánico, restos de un viejo volcán que emergió hace millones de años desde 4.000 metros de profundidad para sacar su cresta erosionada por encima del oleaje del Atlántico sur. Hay un gran pináculo de basalto, el Morro de Pico, que se eleva por encima de la isla grande como un tótem de piedra visible desde cualquier punto. Ejerce una atracción magnética porque siempre está presente en el horizonte, pero cambia de forma y color según el lugar desde donde lo mire. Junto al Morro do Pico, otros pináculos menores personalizan el skyline del archipiélago y le dan un toque de misterio, un cierto halo de parque Jurásico pero con delfines en vez de dinosaurios.
Reserva ecológica y meca del buceo, este archipiélago del Nordeste Brasileño es un oasis de aguas cálidas y transparentes, con playas paradisíacas rodeadas de grandes selvas tropicales. Primero hay que caminar por un sendero selvático. Luego se bajan dos escaleras metálicas, angostas y empinadas, ubicadas en la abertura de unas rocas enormes. Una vez que se sortearon esos inesperados obstáculos y con el equipo de snorkel intacto en el hombro, aparece un nuevo desafío para el estado físico: varias decenas de escalones de piedra, uno más alto que el otro. Finalmente, los pies se hunden en la arena de la Bahía de Sancho y uno comprueba que valió la pena el esfuerzo que demandaron los 50 metros de acantilados y que su fama no era
exagerada... ¿Cómo no sospechar que estamos en una de las playas más hermosas del mundo? Los peces de colores nadan hasta en la orilla, el mar es cálido y turquesa con olas mínimas, la vegetación es exuberante, el cerco de paredes rocosas forman piscinas naturales... Suena raro a la distancia –en tiempo y espacio–, pero durante algunas horas, toda nuestra atención estuvo enfocada en seguir con la mirada a una veloz tortuga marina, adivinar la silueta de algún delfín en el horizonte y esquivar un par de embarcaciones (la otra manera de acceder a esta playa). Nunca como entonces, las palabras del guía resultaron tan sabias y certeras. Porque como bien había advertido Márcio, "en Fernando de Noronha, el cuerpo se cansa pero la mente descansa".
Sería ingrato elegir una playa como favorita en este archipiélago de 26 kilómetros cuadrados formado por 21 islas de origen volcánico, de las cuales sólo la más grande está habitada por 3.600 personas. Si bien pertenece al estado de Pernambuco y presenta la impronta del Nordeste de Brasil en su música, gastronomía y pronunciación del portugués, Noronha se encuentra en el medio del océano Atlántico, a 545 km de Recife y 360 km de Natal. Pero lo más curioso es que está apenas 4 grados debajo de la Línea del Ecuador y a 2.800 km del continente africano. Algunas de las singulares características se logran apreciar desde el avión que partió 55 minutos antes de Recife: los distintos ángulos de la roca cubierta de vegetación y sus satélites insulares, así como los icónicos Morro do Pico (con 323 metros, el más alto) y las Ilhas Dois Irmaos (islas Dos Hermanos) asoman por las ventanillas en una tarde despejada. Las demás particularidades del archipiélago, donde se destaca una esmerada convivencia en equilibrio entre el hombre y la naturaleza, se van aprendiendo no bien se aterriza en el pequeño aeropuerto. Por si alguien olvidó un instante que se trata de un Parque Nacional Marino, lo primero que todo viajero tiene que hacer al pisar Fernando de Noronha es pagar una tasa de preservación ambiental diaria, destinada al mantenimiento de las condiciones ambientales y ecológicas. O demostrar que se ha pagado vía Internet la estadía prevista. Este es un viaje que no puede ser librado a la improvisación. Sólo el hecho de estar en la isla significa que uno pertenece al selecto grupo de los 420 visitantes que son aceptados por día, para evitar la sobreexplotación turística.
Histórica y natural
"El paraíso es aquí", dicen que afirmó Américo Vespucio al llegar por accidente en 1503 a Fernando de Noronha, algo tan incomparable como creíble... ¿Qué otra cosa pudo haber dicho el navegante? Aunque el nombre se lo debe a un noble portugués que jamás pisó la isla pero financió una serie de expediciones, su posición estratégica hizo que fuera escenario de invasiones de holandeses y franceses, antes de ser ocupada definitivamente por los portugueses. Para ponerle un freno a las invasiones extranjeras, en el siglo XVIII se construyeron diez fortificaciones –algunas pueden visitarse–, conformando el mayor sistema fortificado de
Brasil de la época. Desde 1737 hasta 1938, Noronha fue colonia correccional y, durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió como presidio político primer y base militar después. A su vez, fue territorio federal hasta 1988, cuando pasó a ser Parque Nacional Marino dependiente del gobierno de Pernambuco y, por supuesto, fue declarada Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO. Absolutamente conscientes de vivir en un lugar especial, los isleños se esmeran en contar, una y otra vez, los orígenes y las características de Noronha. Por ejemplo, que el archipiélago surgió entre 12 y 8 millones de años atrás y que constituye la parte emergente de un volcán submarino extinto que tiene su base a 4.000 m. de profundidad y con 70 km de diámetro.
Las bahías y ensenadas de la isla encierran unas quince playas, todas distintas y encantadoras. El litoral noroeste está protegido de las corrientes y vientos, con playas de arena y mar verde esmeralda o turquesa. En cambio, el litoral sudeste se caracteriza por sus aguas azul oscuro. La primera panorámica del viaje fue registrada en la Playa de Leão: desde lo alto de sus acantilados, ofrece una de las vistas más bellas de la playa donde desovan las tortugas marinas entre diciembre y julio. Nos cuentan que allí ponen unos 120 huevos por temporada, mientras que Baía do Sueste (Bahía Sueste) es su área de alimentación. Entonces se ven ¡dos tiburones limão! Y al preguntarle a Márcio (a esta altura, ya es Marcinho para todos) si uno los puede encontrar en el mar, sonríe: "Es un risco". Sí, dijo riesgo. Precisamente, nos dirigimos hacia Bahía Sueste para ver el único manglar de Sudamérica ubicado en una isla oceánica. Al andar por las calles de tierra, llenas de pozos gigantes, se entiende por qué el buggy es el medio de transporte más usado. Es que
las medidas de protección ambiental no permiten mejorar los caminos. La vegetación es alocada, caprichosa y agresiva, forma cuevas y esculturas verdes, tapiza morros. De ese caos vegetal –es imposible saber dónde comienza y termina cada planta–, surge un caballo blanco y, automáticamente, remite a las primeras y míticas temporadas de la serie Lost, cuando aparecía una vaca y anunciaba la presencia de "los otros". Hasta ahora no vimos demasiados habitantes, pero es obvio que estamos menos solos de lo que parece. "Es un destino ecológico, para sentir la naturaleza: buceamos entre peces y tortugas, vemos delfines y tiburones. Pero aquí también hay barro, mosquitos, piedras", advierte Patricia, que vino de San Pablo en vacaciones y se quedó, hace 13 años. Y agrega: "El que no cree en Dios, aquí duda de la existencia". No se sabe si Bahía Sueste o Bahía de Sancho tiene las aguas más calmas, y algo similar ocurre con las playas de Atalaia y Bahía de los Porcos. Esta última es ideal para el snorkel porque tiene piscinas naturales cristalinas y se llega trepando rocas negras en las que se mimetizan los cangrejos. Hay playas con acceso por tierra y por mar, buenas para la pesca o la práctica de surf entre diciembre y febrero. Es el caso de Cacimba do Padre, con olas fuertes azules, saladas y cálidas. Con los Dos Hermanos de frente, los chapuzones serán inolvidables.